En
España, como en todas partes, el lenguaje se muda al mismo paso que las
costumbres; y es que, como las voces son invenciones para representar las
ideas, es preciso que se inventen palabras para explicar la impresión que hacen
las costumbres nuevamente introducidas. (…) ¡Qué chasco llevaría uno de mis
tatarabuelos si hallase, como me sucedió pocos días ha, un papel de mi hermana
a una amiga suya, que vive en Burgos! Moro mío, te lo leeré, lo has de oír, y,
como lo entiendas, tenme por hombre extravagante. Yo mismo, que soy español por
todos cuatro costados y que, si no me debo preciar de saber el idioma de mi
patria, a lo menos puedo asegurar que lo estudio con cuidado, yo mismo no
entendí la mitad de lo que contenía. En vano me quedé con copia del dicho
papel; llevado de curiosidad, me di prisa a extractarlo, y, apuntando las voces
y frases más notables, llevé mi nuevo vocabulario de puerta en puerta,
suplicando a todos mis amigos arrimasen el hombro al gran negocio de
explicármelo. No bastó mi ansia ni su deseo de favorecerme. Todos ellos se
hallaron tan suspensos como yo, por más tiempo que gastaron en revolver
calepinos y diccionarios. Sólo un sobrino que tengo, muchacho de veinte años,
que trincha una liebre, baila un minuet y destapa una botella de Champaña con
más aire que cuantos hombres han nacido de mujeres, me supo explicar algunas
voces. Con todo, la fecha era de este mismo año.
Tanto me movieron estas razones a deseo de
leer la copia, que se la pedí a Nuño. Sacóla de su cartera, y, poniéndose los
anteojos, me dijo: -Amigo, ¿qué sé yo si leyéndotela te revelaré flaquezas de
mi hermana y secretos de mi familia? Quédame el consuelo que no lo entenderás.
Dice así: «Hoy no ha sido día en mi apartamiento hasta medio día y medio. Tomé
dos tazas de té. Púseme un desabillé y bonete de noche. Hice un tour en mi
jardín, y leí cerca de ocho versos del segundo acto de la Zaira. Vino Mr.
Lavanda; empecé mi toaleta. No estuvo el abate. Mandé pagar mi modista. Pasé a
la sala de compañía. Me sequé toda sola. Entró un poco de mundo; jugué una
partida de mediator; tiré las cartas; jugué al piquete. El maître d'hôtel
avisó. Mi nuevo jefe de cocina es divino; él viene de arribar de París. La
crapaudina, mi plato favorito, estaba delicioso. Tomé café y licor. Otra
partida de quince; perdí mi todo. Fui al espectáculo; la pieza que han dado es
execrable; la pequeña pieza que han anunciado para el lunes que viene es muy
galante, pero los actores son pitoyables; los vestidos, horribles; las
decoraciones, tristes. La Mayorita cantó una cavatina pasablemente bien. El
actor que hace los criados es un poquito extremoso; sin eso sería pasable. El
que hace los amorosos no jugaría mal, pero su figura no es previniente. Es
menester tomar paciencia, porque es preciso matar el tiempo. Salí al tercer
acto, y me volví de allí a casa. Tomé de la limonada. Entré en mi gabinete para
escribirte ésta, porque soy tu veritable amiga. Mi hermano no abandona su humor
de misántropo; él siente todavía furiosamente el siglo pasado; yo no le pondré
jamás en estado de brillar; ahora quiere irse a su provincia. Mi primo ha
dejado a la joven persona que él entretenía. Mi tío ha dado en la devoción; ha
sido en vano que yo he pretendido hacerle entender la razón. Adiós, mi querida
amiga, baste otra posta; y ceso, porque me traen un dominó nuevo a ensayar».
Acabó Nuño de leer, diciéndome: -¿Qué has
sacado en limpio de todo esto? Por mi parte, te aseguro que entes de humillarme
a preguntar a mis amigos el sentido de estas frases, me hubiera sujetado a
estudiarlas, aunque hubiesen sido precisas cuatro horas por la mañana y cuatro
por la tarde durante cuatro meses. Aquello de medio día y medio, y que no había
sido día hasta mediodía, me volvía loco, y todo se me iba en mirar al sol, a
ver qué nuevo fenómeno ofrecía aquel astro. Lo del desabillé también me apuró,
y me di por vencido. Lo del bonete de noche, o de día, no pude comprender jamás
qué uso tuviese en la cabeza de una mujer. Hacer un tour puede ser cosa muy
santa y muy buena, pero suspendo el juicio hasta enterarme. Dice que leyó de la
Zaira unos ocho versos; sea enhorabuena, pero no sé qué es Zaira. Mr. de Lavanda,
dice que vino; bien venido sea Mr. de Lavanda, pero no le conozco. Empezó su
toaleta; esto ya lo entendí, gracias a mi sobrino que me lo explicó, no sin
bastante trabajo, según mis cortas entendederas, burlándose de que su tío es
hombre que no sabe lo que es toaleta. También me dijo lo que era modista,
piquete, maître d'hôtel y otras palabras semejantes. Lo que nunca me pudo
explicar de modo que acá yo me hiciese bien cargo de ello, fue aquello de que
el jefe de cocina era divino. También lo de matar el tiempo, siendo así que el
tiempo es quien nos mata a todos, fue cosa que tampoco se me hizo fácil de
entender, aunque mi intérprete habló mucho, y sin duda muy bueno, sobre este
particular. Otro amigo, que sabe griego, o a lo menos dice que lo sabe, me dijo
lo que era misántropo, cuyo sentido yo indagué con sumo cuidado por ser cosa
que me tocaba personalmente; y a la verdad que una de dos: o mi amigo no me lo
explicó cual es, o mi hermana no lo entendió, y siendo ambos casos posibles, y
no como quiera, sino sumamente posibles, me creo obligado a suspender por ahora
el juicio hasta tener mejores informes. Lo restante me lo entendí tal cual,
ingeniándome acá a mi modo, y estudiando con paciencia, constancia y trabajo.
Ya se ve -prosiguió Nuño- cómo había de
entender esta carta el conde Fernán Gonzalo, si en su tiempo no había té, ni
desabillé, ni bonete de noche, ni había Zaira, ni Mr. Vanda, ni toaletas, ni
los cocineros eran divinos, ni se conocían crapaudinas ni café, ni más licores
que el agua y el vino.
Aquí lo dejó Nuño. Pero yo te aseguro,
amigo Ben-Beley, que esta mudanza de modas es muy incómoda, hasta para el uso
de la palabra, uno de los mayores beneficios en que naturaleza nos dotó. Siendo
tan frecuentes estas mutaciones, y tan arbitrarias, ningún español, por bien
que hable su idioma este mes, puede decir: el mes que viene entenderé la lengua
que me hablen mis vecinos, mis amigos, mis parientes y mis criados. Por todo lo
cual, dice Nuño, mi parecer y dictamen, salvo meliori, es que en cada un año se
fijen las costumbres para el siguiente, y por consecuencia se establezca el
idioma que se ha de hablar durante sus 365 días. Pero como quiera que esta
mudanza dimana en gran parte o en todo de los caprichos, invenciones y codicias
de sastres, zapateros, ayudas de cámara, modistas, reposteros, cocineros,
peluqueros y otros individuos igualmente útiles al vigor y gloria de los
estados, convendría que cierto número igual de cada gremio celebre varias
juntas, en las cuales quede este punto evacuado; y de resultas de estas
respetables sesiones, vendan los ciegos por las calles públicas, en los últimos
meses de cada un año, al mismo tiempo que el Calendario, Almanak y Piscator, un
papel que se intitule, poco más o menos: «Vocabulario nuevo al uso de los que
quieran entenderse y explicarse con las gentes de moda, para el año de mil
setecientos y tantos y siguientes, aumentado, revisto y corregido por una
Sociedad de varones insignes, con los retratos de los más principales».
Actividades
1.- ¿Por qué el
autor no comprende el texto?
2.- ¿Podrías identificar algún galicismo que aparece en el texto?
3.- ¿Cuál es la
propuesta final del autor? ¿Cómo la definirías?
4.- Relaciona la
carta con algunos de los rasgos caracterizadores del Neoclasicismo.
5.- ¿Se podría relacionar con la situación actual del italiano o español?
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