viernes, 19 de enero de 2018

CARTA DE JOVELLANOS SOBRE LOS ESTUDIOS EN CASTELLANO.


Jovellanos a Antonio Fernández de Prado (texto adaptado)
Gijón, 17, diciembre, 1795
(G. M. de Jovellanos, Obras Completas tomo III, Correspondencia 2.o Edición crítica, introducción y notas de J. M. Caso González, Oviedo, 1986, pp.175-181)

Hablando de nuestros métodos de enseñanza, es imposible prescindir del más radical y, por su extensión, del más dañoso vicio a que están sujetos. ¿Hay por ventura mayor absurdo que enseñar las ciencias en una lengua extraña?

No condeno el estudio de la lengua latina, que aprecio, y que de vez en cuando hace mis delicias. La creo necesaria para formar un buen humanista, porque al fin contiene los grandes modelos del arte del bien decir en todos los géneros. También muy importante para todas las ciencias intelectuales, y señaladamente para algunas, tales, por ejemplo, como la teología y el derecho canónico, cuyas fuentes primitivas están por la mayor parte en latín. 
Mas ¿por qué se ha inferido de aquí que esta lengua debe ser el instrumento de toda enseñanza? ¿Y por qué España no ha creído, como otras naciones, que la suya es, no sólo buena, sino la mejor para dar y recibir las ideas científicas? ¿Podrá ponerse en duda la ventaja de expresarlas en aquella lengua que el más idiota conoce, por lo menos, mejor que no el más sabio la latina?
Las lenguas no son solamente un instrumento de expresión, sino también de concepción y análisis respecto de nuestras ideas. Ahora bien, si una ciencia no es otra cosa que una colección de ideas claras acerca de un objeto y si la clara y distinta percepción, comparación y disposición de las ideas depende necesariamente de las palabras que las representan, ¿ cómo se podrá dudar que la lengua propia de los que enseñan y estudian, esto es, aquella lengua de cuyas palabras y frases conocemos mejor la propiedad y valor, y cuyo uso nos es más familiar, será la más a propósito para dar y recibir nuestros conocimientos? 
Pondré a usted un solo ejemplo. Es indispensable que la lengua francesa, y aun la inglesa, sean necesarias, o por lo menos en gran manera útiles, para el conocimiento de las ciencias exactas y naturales, porque al fin en ellas está contenido cuanto han adelantado los modernos en estas utilísimas ciencias. De aquí se infiere la necesidad o, por lo menos, la gran utilidad de su estudio. Pero ¿no sería tenido por un loco el que sostuviese que la matemática o la física se deberían enseñar en alguna de estas lenguas?
Es, pues, claro que cualquiera reforma debería empezar por el remedio de este abuso.
Para completarle sería necesario desterrar otro que viene de más atrás, y es la falta de estudio de nuestra propia lengua. En vez de tantas malas escuelas de latinidad, ¿cuándo será que veamos alguna de lengua castellana? Si ésta ha de ser por toda nuestra vida el instrumento de nuestra razón, de nuestra meditación, de nuestro estudio y nuestra comunicación; si a él habemos de deber todos nuestros conocimientos, toda la perfección de nuestro espíritu, ¿por qué no trataremos de mejorar y perfeccionar este instrumento? 

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