martes, 6 de febrero de 2018

EL TEATRO NEOCLÁSICO: "El sí de las niñas" de Moratín.

Aquí podéis leer algunas escenas de "El sí de las niñas".

                                            Doña Irene, doña Paquita y don Diego.




Algunos fragmentos de “EL SÍ DE LAS NIÑAS” DE LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN

TEXTO I

(Sale don Diego de su cuarto; Simón que está sentado en una silla, se levanta)
Don Diego: ¿No han llegado todavía?
Simón: No, señor.
Don Diego: Con calma se lo han tomado.
Simón: Sí; aunque como lleva usted dos días enteros sin salir de la posada... Cansa el leer, cansa el dormir, el tiempo se alarga…
Don Diego: He tenido que hacerlo así. Aquí me conocen todos, y no he querido que nadie me vea.
Simón: No alcanzo a entender por qué nadie puede verle. ¿Hay algo más que yo no sepa en esto de haber acompañado usted a doña Irene hasta Guadalajara para sacar del convento a la niña y estar ahora esperando para volvernos con ellas a Madrid?
Don Diego: Si, hay algo más.
Simón: Pues dígame ¿Qué?
Don Diego: Pues… Mira Simón, por Dios te pido que no lo digas… Tú me has servido muchos años con fidelidad…
Simón: Si, señor.
Don Diego: Bueno pues… Doña Paquita…Yo, la verdad, nunca la había visto, pero todo lo que su madre doña Irene me había dicho de ella, se ha confirmado ahora que ya he logrado verla.
Simón: Sí, es muy linda y…
Don Diego: Es muy linda, muy graciosa, muy humilde… Y sobre todo ¡aquel candor, aquella inocencia! Vamos, es de lo que no se encuentra por ahí… Y talento… Mucho talento. Así que lo que he pensado es…
Simón: ¡Ya! No tiene que decírmelo.
Don Diego: ¿No? ¿Por qué?
Simón: Porque ya lo adivino. Y me parece excelente idea.
Don Diego: ¿Qué dices?
Simón: Que me parece muy buena boda. Buena, buena.
Don Diego: Sí, lo he pensado mucho y creo que la decisión es acertada.
Simón: Seguro que sí.
Don Diego: Pero quiero que no se sepa nada hasta que sea un hecho.
Simón: En eso hace usted muy bien.
Don Diego: Porque no faltaría quien murmurase y dijese que es una locura y me…
Simón: ¿Locura? ¡Buena locura!... Con una chica tan modesta y tan virtuosa.
Don Diego: Dices bien. ¿Y sabes tú lo que es una mujer aprovechada, hacendosa, que sepa cuidar de la casa, economizar…? Y no esas regalonas, entrometidas, llenas de histeria, viejas, feas como demonios… No señor, viviremos como santos… Y que murmuren…
Simón: ¿Qué pueden decir?
Don Diego: Dirán que no hay proporción de edad. Que…
Simón: Siete u ocho años a lo más…
Don Diego: ¿Qué dices siete u ocho años? Si ella acaba de cumplir los dieciséis.
Simón: ¿Y qué?
Don Diego: Pues que yo, aunque robusto, mis cincuenta y nueve no hay quien me los quite.
Simón: Pero si yo no hablo de usted.
Don Diego: ¿Y de quién hablas?
Simón: A ver, o yo no le entiendo o usted no se explica. Esa doña Paquita, ¿con quién se casa?
Don Diego: ¿Con quién va a ser? ¡Conmigo!
Simón: ¿Con usted?
Don Diego: Conmigo.
Simón: ¡No puede ser! Madre de Dios, y pensaba yo haber adivinado.
Don Diego: ¡Con quién pensabas que quería yo casarla!
Simón: Con don Carlos, su sobrino, mozo de talento, excelente soldado y parejo en edad.

ACTIVIDADES
1.- ¿Qué descubrimos en este fragmento?
2.- ¿Conoce don Diego a doña Paquita?
3.- ¿Por qué se sorprende Simón?
4.- ¿Qué es lo que se pretende criticar?
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TEXTO II

Don Carlos: ¡Paquita!... ¡Vida mía! Ya estoy aquí… ¿Cómo estás, mi vida, cómo estás?
Doña Francisca: Bienvenido.
Don Carlos: ¿Cómo tan triste? ¿No merece mi llegada más alegría?
Doña Francisca: Es verdad, pero con todo lo que me está sucediendo… Estoy fuera de mí. Nada más
escribirle yo a usted la carta, fueron a por mí al convento y mañana quieren que salgamos para Madrid.
Don Carlos: Tranquilícese, todo se arreglará.
Doña Francisca: ¿Qué piensa usted hacer? Es mucho el empeño que tiene en que me case con él.
Don Carlos: Si me dejase llevar de mi pasión y de lo que esos ojos me inspiran, una temeridad… Pero tiempo hay… Él también será hombre de honor, y no es justo insultarle porque quiere bien a una mujer digna de ser querida…
Doña Francisca: Pero… mi madre y él quieren que la boda se celebre nada más lleguemos a Madrid. Mi madre no me habla de otra cosa. Me amenaza, me ha llenado de temor… Y él me ofrece tantas cosas…
Don Carlos: Y usted ¿Qué esperanza le da?... ¿Ha prometido quererle mucho?
Doña Francisca: ¡Ingrato!... ¿Pues no sabe usted que…? ¡Ingrato!
Don Carlos: Sí; lo sé… Yo he sido su primer amor.
Doña Francisca: Y el último.
Don Carlos: Antes perderé la vida que renunciar al lugar que tengo en su corazón… Todo él es mío ¿Digo bien?
Doña Francisca: ¿De quién si no?
Don Carlos: Si ustedes se van a Madrid mañana, yo voy también. Su madre de usted sabrá quién soy… Allí cuento con el favor de un anciano respetable y virtuoso, a quien más que mi tío debo llamar amigo y padre. Es hombre muy rico y no tiene más heredero que yo, así que si los dones de la fortuna tienen algún valor para usted esta circunstancia añadiría felicidades a nuestra unión.
Doña Francisca: ¿Y qué importancia tiene para mí toda la riqueza del mundo?
Don Carlos: Ya lo sé. La ambición no puede agitar a un alma tan inocente.
Doña Francisca: Querer y ser querida… Ni apetezco más ni conozco mayor fortuna.
Don Carlos: Ni hay otra, pero hemos de esperar a mañana y actuar con prudencia. Yo la buscaré… ¿No tiene usted confianza en mí?
Doña Francisca: ¿Cómo no he de tenerla? Yo estaría muerta si esa esperanza no me animase.  Usted acaba de darme viniendo aquí la prueba mayor de lo mucho que me quiere.
Don Carlos: Sí, Paquita, yo sólo basto para defenderla de todos cuantos quieran oprimirla.
Doña Francisca: ¿Es posible?
Don Carlos: Sí. El amor ha unido nuestras almas en estrechos nudos y sólo la muerte podrá dividirlas.
(Entra Rita apresuradamente)
Rita: Señorita, adentro. Su madre pregunta por usted. Y usted, señor galán, ya puede también disponer de su persona. (Se va por la puerta del foro)
Don Carlos: Hasta mañana. Con la luz del día veremos a ese dichoso competidor.
Doña Francisca: Un caballero muy honrado, muy rico, muy prudente; con su chupa larga, su camisola limpia y sus sesenta años debajo del peluquín.
Don Carlos: Adiós Paquita.
Doña Francisca: Acuéstese usted y descanse.
Don Carlos: ¿Descansar con celos?
Doña Francisca: ¿Celos de quién?
Don Carlos: Adiós, vida mía. Buenas noches… Duerma usted bien.
Doña Francisca: ¿Dormir con amor? (Se va doña Paquita al cuarto de doña Irene)
(...)
Don Diego: ¿Y quién será el amante infeliz que viene a rondar a esta hora? Apostaría que son amores
con la moza de la posada.
Simón: Puede ser, señor.
(Salen de su cuarto doña Francisca y Rita, encaminándose a la ventana. Don Diego y Simón se retiran
a un lado y observan)
Rita: Cuidado señorita, no tropiece usted con nada.
Doña Francisca: No veo nada. Acerquémonos a la ventana. ¿Será él?
Rita: ¿Quién si no?
Doña Francisca: Calla… Sí, él es… ¡Dios mío!
Simón: ¿Qué querrá decir esto?
Don Diego: Calla, patán.
(Tiran desde afuera una carta que cae por la ventana. Doña Francisca la busca)
Doña Francisca: Han tirado una carta, ayúdame a buscarla Rita, tiene que estar por aquí. ¡Dios mío no se ve nada!
(Simón se adelanta un poco, da sin querer a la vela y ésta cae al suelo)
Rita: Señorita, hemos de irnos de aquí… deprisa, que hay gente.
Doña Francisca: ¡La carta! ¡Tengo que encontrar la carta!
Rita: Luego señorita, nos van a ver, vamos aprisa.
Doña Francisca: ¡Ay de mí! (Las dos se van al cuarto de doña Francisca)
Don Diego: Acércate a la ventana y busca la carta.
Simón: (Tentando por el suelo, cerca de la ventana) No encuentro nada, señor.
Don Diego: Búscala bien, tiene que estar ahí. ¡Ingrata! ¿Qué amante es ese?... ¡Dieciséis años, criada en un convento y mira!
Simón: Aquí está. (Se la da a don Diego)
Don Diego: Bien, veamos quién es el amante que viene a destrozar mis ilusiones. (Lee la carta) ¡Qué felicidad me prometía! ¡Qué falsa ilusión de que ella, siendo tan joven, pudiese amarme a mis cincuenta y nueve años! ¡Y con mi sobrino! Caprichos del destino. ¡Ay! Pero… ¿De quién es la culpa? ¿De ellos? Que son jóvenes y responden a su naturaleza amándose, o de su madre, interesada en un matrimonio de conveniencia e incluso mía, engañándome con un imposible. Bueno… todo ha de ser para bien. Hablaré con ellos y resolveremos este asunto.

ACTIVIDADES
1.- ¿Qué descubrimos en este fragmento?
2.- ¿Se deja llevar don Carlos por la pasión?
3.- Hay un malentendido o equívoco en el texto. ¿En qué consiste?
4.- ¿A quién culpabiliza don Diego de esta situación?
5.- ¿Actúa don Diego con pasión? ¿Se parece a los personajes del teatro barroco?
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TEXTO III

Don Diego: ¿Será posible que usted no conozca otro hombre que la corresponda como merece?
Doña Francisca: No, señor.
Don Diego: ¿Pues dígame por qué ese llanto? ¿De dónde viene esa tristeza profunda? ¿Es esta la manera que tiene usted de demostrarme lo mucho que me quiere y lo gustosamente que se casará conmigo?
¿Dónde están su alegría y su amor? (Se va iluminando lentamente la escena, anunciando que viene la luz del día)
Doña Francisca: Haré lo que mi madre me manda y me casaré con usted.
Don Diego: ¿Y después, Paquita?
Doña Francisca: Después…, y mientras viva, seré mujer de bien.
Don Diego: Bien, si esas lágrimas son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.
Doña Francisca: Y daré gusto a mi madre.
Don Diego: Y vivirá usted infeliz.
Doña Francisca: Ya lo sé.
Don Diego: Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña; enseñarla a que mienta y oculte las pasiones más inocentes. Las educan para callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el carácter se rebelen contra quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal de que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.
Doña Francisca: Es verdad… Todo eso es cierto… Eso aprendemos…, para eso se nos educa… Pero el motivo de mi pena es mucho más grande.
Don Diego: Sea cual fuere, hija mía, debe animarse. Su madre no puede verla de esta manera. (Prestando atención hacia el cuarto de doña Irene) Parece que ya se ha levantado.
Doña Francisca: ¡Dios mío! ¡Qué infeliz soy don Diego!
Don Diego: Vamos, vamos… conviene que se serene usted un poco.
Doña Francisca: Sí, es verdad, ya sabe usted el carácter que tiene mi madre. Si usted no me defiende ¿quién tendrá compasión de mí?
Don Diego: Yo cuidaré de usted criatura, como amigo suyo que soy.

ACTIVIDADES
1.- ¿Qué es lo que critica don Diego en este fragmento? Coméntalo detenidamente.
2.- Pasa a estilo indirecto la intervención de don Diego (en azul).
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TEXTO IV

Doña Irene: Conque, señor don Diego, ¿Es que ya es hora de que salgamos? ¿Reza usted?
Don Diego: (Paseándose con inquietud) Sí, para rezar estoy ahora.
Doña Irene: Pero, ¿qué tiene usted, señor?... ¿Hay alguna novedad?
Don Diego: Pues sí, señora.
Doña Irene: ¿Qué? Dígame usted, por Dios, ¿qué pasa?
Don Diego: Muy bien. Siéntese usted… No hay que asustarse (Se sientan los dos) por nada de lo que voy a decirle. Bueno… ¡Ahí va! Su hija de usted está enamorada…
Doña Irene: ¿Pues no se lo he dicho yo a usted eso ya mil veces?
Don Diego: ¡Ese maldito vicio de interrumpir a cada paso!... Déjeme usted hablar.
Doña Irene: Bien, vamos, hable usted.
Don Diego: Está enamorada, pero no está enamorada de mí.
Doña Irene: ¿Qué dice usted?
Don Diego: Lo que usted oye.
Doña Irene: ¡Pobre de mí! (Llora)
Don Diego: ¿A qué viene ese llanto?
Doña Irene: ¡Porque me ven sola y sin medios, y porque soy una pobre viuda, todos me desprecian y se conjuran contra mí!
Don Diego: Pero, señora…
Doña Irene: Al cabo de mis años, me veo tratada como un estropajo… ¡Ay! ¿Quién lo hubiera pensado de usted? ¡Si vivieran mis tres difuntos! ¡Con el último que me viviera, que tenía un genio como una serpiente…! ¡Se iba usted a enterar!
Don Diego: Mire usted, señora, que se me acaba la paciencia. ¿Será posible que no escuche usted lo que tengo que decirle?
Doña Irene: Bien se conoce que no sabe usted el genio que tiene Circuncisión… ¡Pues bonita es ella para haber disimulado cualquier desliz de la niña! ¡Ay! No, señor; que bien lo sé, que no tengo un pelo de tonta, no, señor… Usted ya no quiere a la niña y no sabe cómo quitársela de encima. ¡Hija de mi alma y de mi corazón!
Don Diego: Señora doña Irene, escuche usted lo que tengo que decirle y luego llore, gima, grite y diga lo que quiera.
Doña Irene: Diga usted lo que le dé la gana.
Don Diego: Pero sin llorar.
Doña Irene: No señor, ya no lloro. (Enjugándose las lágrimas con un pañuelo)
Don Diego: Lo que digo es que la madre Circuncisión, y la Soledad, y la Candelaria, y todas las madres, y usted y yo el primero, nos hemos equivocado solemnemente. La muchacha, señora, se quiere casar con otro y no conmigo… Hemos llegado tarde; usted ha contado muy a la ligera con la voluntad de su hija… Bueno, lea usted esta carta y entenderá lo que le digo. (Saca la carta y se la da a doña Irene. Ella, sin leerla, se levanta muy agitada, se acerca a la puerta de su cuarto y llama)
Doña Irene: ¡Yo me voy a volver loca! ¡Francisquita!... ¡Virgen del Tremedal!... ¡Francisca! ¡Rita!

ACTIVIDADES
1.- ¿En este fragmento es ridiculizado algún personaje? ¿Cómo?
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TEXTO V  

(Sale don Carlos del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a doña Francisca, se la lleva al fondo del teatro y se pone delante de ella para defenderla, Doña Irene se asusta y se aparta)
Don Carlos: Eso no… Delante de mí nadie ha de ofenderla.
Doña Francisca: ¡Carlos!
Doña Irene: ¿Qué es lo que sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué dirán?
Don Diego: Éste es de quien su hija de usted está enamorada… Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo… Carlos… No importa… Abraza a tu mujer. (Se abrazan don Carlos y doña Francisca, y después se arrodillan a los pies de don Diego)
Doña Irene: ¿Conque su sobrino de usted?
Don Diego: Sí señora, mi sobrino.
Doña Francisca: ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices?
Sí, prendas de mi alma… Sí.
(Los hace levantar con expresión de ternura)
Don Carlos: ¿Es posible que usted haga este sacrificio?
Don Diego: Yo pude separaros y gozar tranquilamente de la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no me lo permite. ¡Ay! Pero qué dolor siento con esto que acabo de hacer…Porque soy hombre débil y miserable al fin y al cabo.
Doña Irene: ¡El bueno de don Carlos! Vaya, vaya.
Don Diego: Él y su hija estaban locos de amor, mientras usted me llenaba la cabeza de ilusiones que han desaparecido como en un sueño… Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece, éstas son las seguridades que les dan los padres y los tutores, y esto lo que uno debe fiarse en el sí de las niñas… Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba… ¡Ay de aquellos que lo saben tarde!
Doña Irene: ¿Conque su sobrino? En fin, Dios los bendiga. Venga usted acá, señor, venga usted. (Abraza a don Carlos y luego besa a su hija) Hija, Francisquita. Buena elección has tenido. Es un mozo muy galán. Con ese mirar de hechicero.
Rita: Sí, dígaselo usted, que no se ha dado cuenta ya la niña… Señorita, un millón de besos. (Se besan
doña Francisca y Rita)
Doña Francisca: Pero ¿Ves qué alegría tan grande?¡Y tú, como me quieres tanto!... Siempre, siempre serás mi amiga.
Don Diego: Paquita, hija mía (Abraza a doña Francisca) recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre… No temo a la soledad terrible que amenaza mi vejez… Vosotros (Asiendo de las manos a doña Francisca y a don Carlos) seréis mi consuelo. Y el primer fruto de vuestro amor, será de alguna manera mío; pues de la existencia de ese niño, yo he sido la causa.
Don Carlos: ¡Bendita sea tanta bondad!

 ACTIVIDADES 
1.- ¿Cómo termina la obra? ¿Se parece a las obras de teatro barrocas?
2.- ¿Por qué doña Irene está contenta?
3.- ¿Qué representa el personaje de don Diego?


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