Un extranjero se presentó
en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona.
Asuntos de familia y proyectos de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal
cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra
patria le conducían.
Acostumbrado a la actividad
en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer
aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que
invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna consideración,
trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle de que
se volviese a su casa cuanto antes, a no ser que trajese otro fin que no fuese
el de pasearse.
-Mirad -le dije-, monsieur
Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y
a solventar en ellos vuestros asuntos.
-Ciertamente -me
contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un
genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros,
busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis
reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me
dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia
innegable, al tercer día se juzga el caso y so dueño de lo mío. En cuanto a
mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya
habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o
desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo
lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en
la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi
casa; aún me sobran de los quince cinco días.
Al llegar aquí monsieur
Sans-délai, traté de reprimir una carcajada, y si mi educación logró
sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a
mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos
me sacaban al rostro mal de mi grado.
-Permitidme, monsieur
Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a
comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
-¿Cómo?
-Dentro
de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os
burláis?
-No
por cierto.
-¿No
me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed
que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!,
los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de
hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os
aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar
siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles!
Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos
os comunicarán su inercia.
Conocí que no estaba el
señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la
experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los
hechos en hablar por mí.
Amaneció el día
siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo
hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrámosle
por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente
que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo
definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días.
Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos.
-Vuelva
usted mañana -nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado
todavía. -Vuelva usted mañana -nos dijo al siguiente día-, porque el amo
acaba de salir.
-Vuelva usted mañana -nos respondió al otro-, porque el amo está durmiendo la siesta. -Vuelva usted mañana -nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-Vuelva usted mañana -nos respondió al otro-, porque el amo está durmiendo la siesta. -Vuelva usted mañana -nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
–¿Qué
día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y «Vuelva usted
mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no
está en limpio».
A
los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del
apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía.
Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás
con sus abuelos.
Para las proposiciones que
acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había
sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos
hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes.
Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor
urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar.
No paró aquí; un sastre
tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en
veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas
hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y
el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo
dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa.
Sus conocidos y amigos no
le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus
esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud!
-¿Qué
os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? -le dije al llegar a estas
pruebas.
-Me
parece que son hombres singulares...
-Pues
así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca. (…)
Por último, después de
cerca de medio año de subir y bajar, salió con una notita al margen que
decía:
«A pesar de la justicia y
utilidad del plan del exponente, negado.»
-¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai -exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio. Pero monsieur Sans-délai se daba a todos diablos.
-¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai -exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio. Pero monsieur Sans-délai se daba a todos diablos.
-¿Para esto he echado yo mi
viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan
en todas partes diariamente: «Vuelva usted mañana», y cuando este dichoso
«mañana» llega en fin, nos dicen redondamente que «no»? ¿Y vengo a darles
dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? (…)
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