miércoles, 20 de septiembre de 2017

TRATADO QUINTO: Cómo Lázaro se asentó con un buldero, y de las cosas que con él pasó.


A la mañana siguiente, mi amo se fue a la iglesia para despedir la bula. Y el pueblo se juntó, el cual andaba murmurando de las bulas, diciendo cómo eran falsas y que el mismo alguacil lo había descubierto.


El señor comisario se subió al púlpito, y comienza su sermón y a animar a la gente  a que no quedasen sin tanto bien e indulgencia como la santa bula traía.

Estando en lo mejor del sermón, entra por la puerta de la iglesia el alguacil, levantóse y, con voz alta y pausada, comenzó a decir:

-Buenos hombres, oídme ahora. Yo vine aquí con este que os predica, el cual me engañó, y dijo que a cambio de favorecerlo en este negocio, partiríamos la ganancia. Y ahora, arrepentido de lo hecho, os declaro claramente que las bulas que predica son falsas, y que no le creáis ni las toméis.

Cuando el alguacil calló, mi amo le dijo que si quería decir más que lo dijese. El alguacil dijo:
-Mucho más se podría decir de vos y de vuestra falsedad; mas por ahora basta.

El señor comisario se arrodilló en el púlpito y, puestas las manos y mirando al cielo, dijo así:
-Señor Dios, tú sabes la verdad y cómo se me critica injustamente. En lo que a mí toca, yo le perdono, porque tú, Señor, me perdones. No mires a aquel, que no sabe lo que hace ni dice; mas la injuria a ti hecha te suplico y por justicia te pido no disimules. Porque alguno que está aquí, que pensó tomar aquesta santa bula, creyendo ahora en las falsas palabras de aquel hombre, lo dejará de hacer. Y pues es tanto perjuicio del prójimo, te suplico yo, Señor, no lo disimules; mas haz aquí un milagro de tal modo que, si es verdad lo que aquél dice, que yo traigo maldad y falsedad, este púlpito se hunda conmigo bajo tierra; y, si es verdad lo que yo digo, que él sea castigado y de todos conocida su malicia.

Apenas había acabado su oración el devoto señor mío, cuando el negro alguacil cae y da tan gran golpe en el suelo que la iglesia toda hizo resonar, y comenzó a gritar y echar espumajos por la boca y a torcerla, y hacer muecas extrañas, agitando pies y manos y revolviéndose por el suelo.
El estruendo y voces de la gente era tan grande, que no se oían unos a otros. Algunos estaban espantados y temerosos. Unos decían: «El Señor le socorra y valga». Otros: «Bien le está, pues levantaba tan falso testimonio.
Y esto hecho, mandó traer la bula y púsosela en la cabeza. Y luego el pecador del alguacil comenzó poco a poco a estar mejor y volver en sí, se echó a los pies del señor comisario y, demandándole perdón, confesó haber dicho aquello por la boca y mandamiento del demonio.
El señor mi amo le perdonó, y fueron hechas las amistades entre ellos. Y a tomar la bula hubo tanta prisa, que casi ánima viviente en el lugar no quedó sin ella: marido y mujer, y hijos y hijas, mozos y mozas.

 […]
Y así nos fuimos hasta otro lugar de aquel, cerca de Toledo, hacia la Mancha que se dice, donde encontramos a otros más obstinados en tomar bulas. Por esta razón, un día dijo la misa mayor y, después de acabado el sermón y vuelto al altar, tomó una cruz que traía de poco más de un palmo, y en un brasero de lumbre que encima del altar había, el cual habían traído para calentarse las manos, porque hacía gran frío, púsole detrás del misal, sin que nadie mirase en ello. Y allí, sin decir nada, puso la cruz encima de la lumbre y tomóla con un paño bien envuelta la cruz en la mano derecha y en la otra la bula, y así se bajó hasta la última grada del altar, donde hizo que besaba la cruz. E hizo señal que viniesen a adorar la cruz. Y el primero que llegó, que era un alcalde viejo, aunque él le dio a besar la cruz bien delicadamente, se abrasó los rostros y se quitó presto afuera. Lo cual visto por mi amo, le dijo: -¡Milagro!
Y así hicieron otros siete u ocho, y a todos les decía: -¡Señores! ¡Milagro!
Cuando él vio que los rostriquemados bastaban para testigos del milagro, no la quiso dar más a besar. Subióse al pie del altar y de allí decía cosas maravillosas, diciendo que por la poca caridad que había en ellos había Dios permitido aquel milagro, y que aquella cruz había de ser llevada a la santa iglesia mayor de su obispado, que por la poca caridad que en el pueblo había, la cruz ardía.
Fue tanta la prisa que hubo en tomar la bula, que no bastaban dos escribanos ni los clérigos ni sacristanes para escribir. Creo de cierto que se tomaron más de tres mil bulas, como tengo dicho a vuestra merced.

Y, aunque muchacho, dije para mí: «¡Cuántas de éstas deben hacer estos burladores entre la inocente gente!».
Finalmente, estuve con este mi quinto amo cerca de cuatro meses, en los cuales pasé también muchas fatigas, aunque me daba bien de comer, a costa de los curas y otros clérigos donde iba a predicar.

1.- Busca en el diccionario las palabras subrayadas.

2. ¿Qué estamento se critica? ¿Por qué? ¿Se podría relacionar con algún acontecimiento de la época?


              

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